36 veces

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Abrí los ojos y sobre mi retina se posó todo aquello que se hacía llamar real.
La imagen fue demasiado disonante como para poder digerirla con normalidad, volví a tierra y se vé que no estaba durmiendo mientras soñaba, estaba en plena acción.
En mis manos un tramontina de mango blanco empapado en sangre que no me pertenecía, pero que de todas formas iba a clamar como mía, éste hasta se veía lindo cuando en determinada posición la luz golpeaba sobre él y reflejaba en su cara.  Cara que por cierto no reconocía ni había visto antes; juro no saber como llegué a esa situación, pero no voy a negar que la estaba disfrutando.
Tomé unos segundos para entender lo que me estaba sucediendo y acto seguido dí un suspiro más profundo incluso que mi propia depresión.
Clavé mi mirada en la suya y mi cara no denotaba ninguna emoción, era ilegible; hasta que involuntariamente el eje de mi cabeza se movió treinta grados sobre mi hombro derecho -sin apartar mis ojos de sus córneas- y con ello se me escapó una carcajada producto de los nervios que estaba padeciendo. 
¿Y su expresión? No puedo describirla con exactitud, era de esos sustos genéricos, por más de que sea una vida; no deja de ser un extra secundario en la historia de mi vida.
Pero si recuerdo lo que despertaba en mi ser ¿Te acordas esas tardes de adolescente que pasabas mirando a alguien a los ojos y solo podías sentir los relojes derritiéndose? ¿Sentís ese cosquilleo en la panza que no sabes si es vértigo o amor? Bueno exactamente eso, estaba enamorado de esa situación. La persona no me interesaba, no recuerdo su nombre, ni su sexo, es más creo que ni siquiera puedo escarbar en mi cabeza para tratar de desempolvar si era jóven, infante o vieja.

Recuerdo que lo único que le dije -además de las clásicas advertencias sobre el ruido y lo inútil que era pretender ayuda- fue: "Esto no es personal, no tengo nada contra vos, pero tampoco nada a favor y por eso no puedo permitirte salir vivo de acá. Espero sepas comprender la naturaleza de todo esto, no me gustaría caer preso y no creo que soportes los traumas que puedas fabricar, te estoy ahorrando un montón de guita en psiquiatras y fármacos que de todas formas van a derivar en que te cuelgues de la cuerda más áspera y gruesa que encuentres".
Acaricié su pelo, lo olí y me tomé unos segundos para sentir la textura de su piel, todo esto con los ojos cerrados -aumenta mucho mi capacidad sensorial-, sentía su miedo y me alimentaba de él. Pero no me estaba complaciendo del todo, así que probé darle un poco de emoción enterrándole el tramontina entre los tendones de su mano. Debo admitir que un poco funcionó, sus gritos me llenaron de placer otra vez, esta vez no era tan intenso de todas formas, puede ser comparable con el placer sexual. Pero fue solo un golpe de adrenalina, a los pocos segundos sus gritos comenzaron a cansarme y ese sudor que le corría por la frente indicando nervios comenzó a darme asco, así que decidí probar otra vez y otra vez, y otra vez. Y así, 36 veces. Sentía como vibraba la sierra del cuchillo al desgarrar la piel de refilón. 
¿Sabías que ese cuchillo lo van a usar luego mis hermanas para prepararse el desayuno? ¿Tendrá la desesperación gusto a mermelada? Le pregunté a la nada y cuando quise recordar ya estaba cayendo otra vez al suelo