Cleopatra

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La conocí en la estación de ómnibus de los sueños rotos y me la reencontré en la cantina de las promesas incumplidas, donde las copas y tragos se dirigen a direcciones prohibidas. Allí balbuceó diciéndome quererme y su primer beso seco aludía a despedida. Éramos dos almas perdidas en un bar barato, escribiendo un destino repleto de garabatos, ella no buscaba amor ni yo una musa, así comenzamos a jugar a la ruleta rusa. Uno, dos, tres, cuatro balazos de tequila, epinefrina visual en mi retina se incrustaba cuando su escote a su blusa escupía y su paulatina desnudez lucía. Ella era una experta y yo tan solo un novato, ella sabía a whisky y yo a licor de chocolate barato. Ella se había divorciado de cupido y yo prometí no enamorarme nunca más, pero un puesto de amante ocasional estaba vacante, presente mi currículum de experiencias en relaciones truncas y fallidas, ahora todas las noches le doy besos sabor a despedida.








LSD