El parto

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Eran más o menos la una de la tarde y Martin Martínez acababa de estacionar su auto frente al hospital. Su esposa, la señora Martínez, había entrado en trabajo de parto y él, tal y como corresponde, fue avisado mientras hacía algunos trabajos de albañilería en su casa. Apenas se enteró, dejo todas sus tareas de lado y se dispuso llegar a tiempo al hospital para ver nacer a su primogénito.

Después de haber manejado por treinta y seis minutos desde su casa hasta el centro de la ciudad, pasando por un pequeño embotellamiento causado por un accidente entre un motociclista y un mini cooper rosado que lo mantuvo estacionado unos minutos, y que usó como excusa para gastar la poca batería que le quedaba a su celular llamando a sus amigos y familiares, con el motivo de hacerles saber la situación de su mujer; por fin había llegado.

Subió los diecisiete escalones de cerámica hasta llegar a la gran puerta de vidrio que da entrada a la sala principal del hospital.

La sala era gigante y cuadrada, había un gran espacio desde la pared en la que se encontraba la puerta hasta su opuesta que estaba repleta de ventanillas, cada una con su respectiva empleada de atención al cliente atendiendo su respectiva fila de clientes. En las paredes laterales, había varios pasillos (indicados con colores) dentro de los cuales se ramificaban más y más pasillos que llevaban a más pasillos y a escaleras y ascensores para llegar a otros pisos también repletos de pasillos, oficinas, consultorios, salas de espera y ventanillas.

Martínez, mientras hacía fila en la ventanilla veinticinco, se preguntaba a si mismo cómo podía ser tan grande ese lugar. Su fachada de principió del siglo pasado disimulaba a la perfección sus dimensiones. Martínez imaginó como sería trabajar en un lugar tan grande, se imaginó a él entrando todos los días por esa puerta sin poder evitar sorprenderse por el contraste.
A medida que la fila avanzaba, se entretenía a si mismo intentando ver a donde llevaba cada pasillo. “Pasillo B”, color azul, dentro se podían ver algunas ventanillas más en las paredes laterales y un cartel que decía “Odontología”. “Pasillo G”, color amarillo, vio un viejo en silla de ruedas. “Pasillo L”, color negro, casi no se veía para adentro, estaba tapado de gente… “J”,” K”, rosa, “O”, blanco, violeta, “U”. A medida que se iban acabando las letras y los colores, Martínez se iba perdiendo en la inmensidad de la construcción. Sentía como si el hospital fuera otro mundo dentro de su ciudad, le recordaba lo que sintió una vez cuando era joven y un amigo suyo le consiguió trabajo dentro de un crucero que era tan grande que lo hacía olvidar que no estaba trabajando de mozo en algún restaurante caro del centro, sino que estaba flotando en el medio del mar.  

- ¡Siguiente!

Martínez se sobresaltó. Era la encargada de su ventanilla que al ver que Martínez, sumido en sus pensamientos, no se percataba de que era su turno, le llamó la atención, al parecer más de una vez.

-Buen día, mi mujer entró en trabajo de parto y me gustaría estar con ella, su nombre es …

-Debe ir al piso dos, pasillo AE, color verde, división tres; ahí le dirán dónde está su mujer y podrá estar con ella. – lo interrumpió la mujer con una sonrisa en la cara, a la vez que firmaba una planilla y se la pasaba por debajo del cristal – entregue esto a quien lo atienda como verificación de que paso por aquí.  


Martínez se movió hasta el pasillo más cercano y busco una escalera, una vez en el segundo piso se paró a preguntarle a un hombre vestido de médico si sabía dónde quedaba el pasillo AE, el hombre le dio unas indicaciones que no entendió muy bien, pero se las arregló para encontrarlo y llegar al corredor tres, donde se encontró con otra sala con varias ventanillas.

Se unió a una fila y esperó hasta que fuese su turno.

Una vez atendido le planteó su problema a la empleada que, al igual que la anterior le interrumpió, esta vez para pedir el comprobante.

-Tome este formulario y complételo, luego entréguela en la sala amarilla de este mismo corredor y vaya al pasillo GI, color azul, primer corredor; ahí le dirán como llegar a donde está su esposa.

Martínez le quiso explicar a la mujer que estaba apurado y que le habían dicho que una vez hablara con ella ya iba a saber dónde estaba su esposa, pero aparentemente la mujer estaba más ocupada y apurada que él, por lo que ni se molestó en explicar y fue directo a la sala amarilla, donde se sentó y empezó a llenar el formulario que resultó ser bastante más largo de lo que parecía. Se le pedían tanto datos suyos como de su mujer, si había habido algún problema durante el embarazo, si era su primer hijo, hace cuanto que estaban asociados a el hospital y otras preguntas que se alejaban cada vez más del tema principal, teniendo como cierre un cuadro en blanco donde se pedían sugerencias. Martínez decidió dejarlo en blanco, pues él no sabía cómo funcionan los hospitales, pero si sabía de educación y, aunque le había molestado que las empleadas lo interrumpieran, pensó que después de una semana atendiendo gente todos los días esas conductas deberían ser normales.

La fila para entregar el formulario duró más de lo previsto. El ritmo veloz al que avanzaba se vio interrumpido cuando, un hombre gordo, de unos cuarenta años, con cara de enojado que Martínez ya había visto en otras filas cuando casi se pierde, enloqueció de repente al hacerle una pregunta a la encargada y comenzó a chillar mientras golpeaba el cristal. Por lo que pudo escuchar en algunos comentarios de los otros miembros de la fila, el gordo estaba harto de esperar y había estado dando vueltas desde las ocho de la mañana.

No tardó mucho en llegar seguridad y llevarse al gordo arrastras que se fue entre carcajadas gritando que lo único rápido en este hospital era la seguridad.

El pasillo GI estaba muy lejos del pasillo AE. Aunque no lo controló, Martínez calculo un tiempo de cuarenta y cinco minutos desde que entregó el formulario hasta que llegó al pasillo. Recordó el espacio para sugerencias que había dejado en blanco.

-Más mapas y más claros…-se dijo a si mismo mientras cruzaba la puerta que llevaba al pasillo GI.

Otra vez el mismo escenario: una sala grande, muchas ventanillas, filas largas, caras cansadas y empleadas simpáticas. Ya estaba demasiado cansado como para fijarse que fila era la más rápida, así que se instaló en la primera que se topó.

Avanzaba bastante más lento que la anterior y la gente parecía salir conforme, supuso que esta vez por fin le dirían donde podía encontrar a su esposa, iría corriendo a buscarla y llegaría justo para ver nacer a su hijo…en ese momento se le vino a la mente el gordo de la fila anterior, se lo imaginó entrando por la puerta donde se supone estarían su mujer y su recién nacido, para encontrarse con su ya crecido hijo, recibiéndolo con los brazos abiertos y la noticia de que ya era abuelo.
Sonrió.
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- ¿Nombre?

- Martin Martínez Mendoza

La mujer buscó el nombre en su computadora.

- ¿Ya fue hasta el pasillo AE, color verde, corredor tres, sala amarilla, en este mismo piso a entregar el formulario, no señor?

-Si.

- Bueno, señor Martínez, me gustaría decirle que es un error del sistema, pero el sistema nunca falla; aparentemente su nombre no aparece asociado a ninguna de las cesáreas…

- ¿Cómo que cesárea? – Martínez se puso rojo de los nervios, sintió que el estómago se le revolvía – Mi mujer…mi hijo, me avisaron que era parto natural, yo mismo lo aclare en el formulario.

- Bueno señor, primera cosa: estoy trabajando y agradecería que no me interrumpa mientras hablo; segunda: esta es la fila de padres que quieren presenciar la cesárea de sus señoras.

- ¿Quién podría querer presenciar una cesárea? – chillo Martínez, cada vez más rojo – ¡Por favor, este lugar es ridículo!

-En este momento solo se me ocurren todas las personas que iban delante de usted en la fila y todas las que están detrás, cuyas esperas se están alargando con cada segundo que usted pierde haciendo este escándalo

Martínez permaneció en silencio, tenía miedo de que podía llegar a decir si abría la boca.

-Si usted no está atento, no es mi problema, en la entrada del corredor hay un afiche donde se indica que  de la ventanilla uno a la ventanilla diez se encargan de cesáreas, mientras que las quince restantes son todas para partos. ¡Siguiente! - culminó la mujer.

Con la cabeza baja y los ojos llorosos, Martínez empezó a hacer fila en la ventanilla quince. 
El tiempo pasó y fue su turno. Entregó su documento y se le dijo que su esposa ya había parido y que había sido cambiada de sala. Martínez ni se gastó en lamentarse, a decir verdad, ya se lo esperaba, como también se esperaba todos los nuevos trámites y viajes que tuvo que hacer para averiguar donde se encontraba su mujer, junto a su recién nacido.

El enorme piso dos ya no parecía tan enorme, después de recorrerlo tantas veces, y empezó a darse cuenta que incluso ya reconocía algunas caras, gente que al igual que él, al igual que el gordo que enloqueció en aquella ventanilla (vaya Dios a saber de qué color, numero, letra o lo que sea) habían pasado el día entero explorando el piso dos en busca de alguien que les dijera donde estaban sus esposas.

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La sensación fue horrible cuando, al girar el pestillo, recordó lo que una vez había imaginado. Un escalofrío le recorrió la espalda. Un hombre de unos treinta años, recibiéndolo con un abrazo, felicitándolo por ser abuelo.