Trompos

// //


Era una vez una historia de amor. Una historia de dos amigos que, sin saber muy bien qué hacían, se quisieron. Sin saber muy bien cómo ni cuándo ni por qué, construyeron algo que si bien no lo era todo, bastaba. A ella le bastaba y a él parecía bastarle, hasta que no. Se aburrió o se cansó o se abrumó o quién sabe qué, y sin previo aviso tiró del hilo que construía toda esa historia y lo soltó, y ella se volvió un trompo, girando sobre sí misma sin ningún destino y sin poder detenerse, sabiendo que en algún momento todo aquello terminaría y él no estaría abajo para atraparla cuando cayera víctima del mareo.

Giró, giró y giró. Al principio giraba sobre sí misma. Luego se animó a moverse. Recorrió lugares y conoció a otros trompos que giraban, algunos desde hacía más tiempo y otros cuyo hilo había sido soltado más recientemente; ninguno sabía a ciencia cierta cuándo se detendría y qué debía hacer cuando eso sucediera. Otros trompos ya no giraban, pero ninguno supo explicarle cuál era la solución a su condena. «Te vas a dar cuenta sola», le repetían una y otra vez. Todos eran trompos imperfectos, quebrados en alguna esquina, desgastados y ásperos. Conoció también trompos que giraban juntos, acompasados, con sus hilos uniéndose en la cima como si hubieran sido construidos a medida. ¿Se soltarían alguna vez? No, o al menos eso decían.

Notó que su rotación se ralentizaba poco a poco. Siempre había estado preocupada y lo estaba cada vez más. Preocupada, triste, miserable. Deseó tener otro trompo que la sostuviera cuando fuera tiempo. Pero estaba sola. O eso creía.

Se detuvo. Ya no giraba. Un mareo intenso se apoderó de su cuerpo y ya no pudo sostenerse. «Hasta acá llegué», se dijo. Cayó sobre sí misma, pero algo la sostuvo. Sintió voces conocidas, voces amigas que transmitían confianza. Cientos de trompos de diferentes colores y tamaños, girando a diferentes compases, la esperaban para celebrar juntos que el fantasma de su hilo suelto la había abandonado al fin.