Que gran vacío
colma mi alma cuando no estás. Cuando sé que no te voy a ver en
alguna esquina, que no te voy a cruzar en el supermercado, que no vas
a estar ni de casualidad en la sala de espera del dentista. Cuando al
madrugar sé que no voy a ver tu rostro en el colegio, que no vas a
hacer fila en la cantina, que no vas a ir a ese baile que promete ser
la noche del año.
Mi vida se resume en
un ir y venir constante, matar el tiempo con las obligaciones
respectivas a mi edad. Mi vida se resume en esperar que vengas, que
vuelvas, que te pases por esta pequeña ciudad. Que entre tantas
almas palpitantes, las nuestras se encuentren en un mismo salón
alguna vez.
Quiero que tu
mirada, sin querer, o tal vez queriendo, se cruce inadvertida con la
mía, y se pierdan mutuamente en la profundidad de nuestros
corazones. Que el mundo se detenga mientras nos amamos con los ojos,
mientras nos comunicamos por telepatía.
Me recordás y eso
me basta, te quiero y te es suficiente.
Te llevaste mi
entusiasmo, mi esperanza y mis fantasías cuando te marchaste en ese
avión, pero me quedé con tu risa, con tu sentido del humor, con tu
alegría.
Se me quedó tu
acento impregnado en la piel.
Mi mente te trae a
mi vida, y te veo, y te escucho, y te siento, y cuando intento
aferrarme a vos, a tu imagen, a tu piel; tu cuerpo comienza a
evaporarse y se me borra primero tu mirada y por último, lentamente,
tu boca con sabor a quién sabe qué.
Y me paso los días
vagando por las calles, esperando que tu voz suene en algún lugar,
que tus manos abran alguna puerta, que tu sonrisa recargue mis
baterías. Me paso el verano buscando que vengas, buscando nuestro
encuentro, forzando al universo a juntarnos.
Y me aferro a esta
maldita ciudad, porque sé que es el único lugar donde en algún
momento, quién sabe por qué motivo, te vuelva a encontrar.