Metafísica de basurero

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     Mientras leía una de las obras maestras de la literatura latinoamericana empecé -y utilizo el verbo más coloquial por influencia de ella- a hipotetizar el contexto en el que fue creada. ¿El autor escribió sentado cómodamente en un sillón?, ¿o recostado en su cama? ¿Habrá sido en su casa o en algún sitio preciado y desconocido? ¿Utilizó lapicera y algún antiguo cuaderno de notas?, ¿pluma, lápiz? ¿Pidió consejos, ayuda, opiniones? No, no, no.  Esos eran meros detalles técnicos. Lo que realmente ansiaba saber era qué había sentido antes de escribirla, cuál había sido su motor. 

     Decidí que era momento de escribir. Pero previo a eso divagué -no podía ser de otra manera-, cuestionando por qué había pasado tanto tiempo sin que me picara el bichito de la escritura. ¿Por qué, si yo sabía que me apasionaba escribir, no era dominada por la urgencia de hacerlo?, ¿por qué no me apremiaba el deseo de jugar con las palabras, de morderlas, moldearlas, desecharlas, cambiarlas, amarrarlas, adorarlas?, ¿dónde estaban mis típicas crisis emocionales? Quizá se debía a la sistematización de la escritura consecuente de las lecciones universitarias para aprender a. Quizá era por la costumbre de la rutina, el ritmo constante, el tener siempre algo en lo que pensar, o por no querer pensar en nada. Ah, ahí estaba la crisis, ahí estaba el punto de placer.

     Bajé las escaleras saltando los escalones de dos en dos, decidida a prender la computadora y enlazar vocablos hasta conseguir algo digno de ser publicado en mi espacio público personal. Ya de vuelta en mi cama, con el ventilador funcionando a toda potencia justo frente a mi cara, me distraje primero con el ruido del exterior y con el libro que había dejado abierto sobre el colchón y con el sonido del filtro de la piscina y con el cartel del antivirus que me sugería suscribirme y pagar un par de dólares al mes para tener 100% protegida mi computadora y con la foto de un viaje y con los peluches encima del ropero de mi cuarto de infancia y... Y el bichito se calló. Se fue a pasear o a dormir o a picar a alguien más.

     ¿Y ahora? Opciones: a) de forma metódica y mecánica crear un personaje como quien elige ingredientes para una receta y abandonarme a inventarle una vida -la realidad es que los libros son hijos de esta opción-; b) cuestionar la opción "a" porque carece de sentimiento y pasión, frustarme y tirar la nada a la basura; c) utilizar la ausencia como base.

     Entonces: autorreferencialidad. Para el goce de Nietzsche, Lyotard y los postmodernos todos. ¡Vaya que somos hijos de nuestra época!

     ¿Y ahora? Dejo estas frases con o sin sentido, con o sin repercusión, pura forma sin contenido. Vuelvo a leer el gran best seller, las horas de trabajo de un escritor que sí tuvo paciencia y capacidad de no aburrirse de su obra, de crear un mundo y sostenerlo, de no estancarse en su metafísica y su filosofía de cuarto solitario a las tres de la mañana. O todo lo contrario. A la mierda el cuestionamiento constante, a la mierda la problematización. Escribí para escaparme de eso y terminé encontrándolo. Escritura espejo. Escribí para olvidarme de todo, para sumergirme en este problema sin encontrarle solución. Escribí por el puto y simple hecho de escribir.

     Carajo, cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo.