Hacia la autodestrucción

// //
¿Cuántas veces puse su bienestar antes que el mío? ¿Cuántas veces preferí mi insomnio antes que el suyo? ¿Cuántas veces sacrifiqué mis gustos, para que él pudiera tener los suyos? Millones de oportunidades se presentaron, millones de obstáculos tuve que sortear. Mi amor hacia él era infinito, era puro. Mi amor hacia él era de esos que uno tanto anhela. Mi amor hacia él surgía desde lo más profundo de mí y se desbordaba por los costados de mi alma. Mi amor hacia él, era infinito. E r a. En tiempos remotos, no existía nada ni nadie más, mi mundo giraba en torno a él, mi vida se desarrollaba según sus necesidades. Era una loca, presa de sus antojos. Era una presa, loca de las palabras que su boca pronunciaba. La belleza de su alma me tenía absorta; podía ser la criatura más oscura que haya conocido jamás, pero su profundidad me atraía como nunca nada lo había hecho. Mis piernas temblaban con su mirada distante, que más que mirar, observaba. Calaba profundamente; era como un frío que penetraba y no paraba de helar hasta llegar a los huesos. Su mente era un lugar entrañable que desde mi pequeñez añoraba explorar. Su corazón, tan destrozado por innumerables heridas, se presentaba tan turbio y denso como una noche neblinosa que impedía la vista. Sin embargo, yo lo adoraba, y admiraba cómo, sintiendo tanto, se podía ser tan frío y distante cual témpano de hielo. Sus caricias dejaban un rastro de sus huellas en mi crispada piel. Sus dedos se aferraban con firmeza a mis caderas, que existían bajo los kilos de más que sobraban aquí y allá. ¿Cómo algo tan precioso podía estar tan dañado? Sus blancas sonrisas no eran más que espejismos, que engañaban la vista y escondían ojos húmedos y malas caras. Su preciosa mandíbula, apretada con fuerza, escondiendo sus más oscuros sentimientos. Sus ojos claros, guardaban secretos e historias de las cuales yo quería ser partícipe, aunque supiera que esa idea era la más absurda. Tan quebrado, tan roto. Daños irreparables habían sido causados en ese cuerpecito que yo tanto amaba. Sin embargo, siempre picaba en mi cabeza la idea de ayudarlo. Con mis estúpidos intentos de ser una heroína quise salvarlo. Quise pegar uno por uno los fragmentos de su corazón destrozado. Quise limpiar su alma, que había perdido ya su esencia, borrar la tristeza de su existencia. Quise que su sonrisa dejase de verse forzada, quise volverlo completamente feliz. Traté de arreglarlo, traté de completar su rompecabezas con piezas del mío. No me di cuenta de que, en el proceso de su salvación, se marcaba día a día mi perdición. Escribí mi propio final a medida que él escribía su comienzo, en una historia que no me incluía. Lo di todo por él, y me perdí a mí misma. Él, poco a poco va sanando; yo, poco a poco voy muriendo. Por alejarlo del denso camino de la autodestrucción me sumergí sola, sin darme cuenta, en un viaje que es solo de ida, un camino sin salida, un sendero sin retorno. Me abrí las puertas del Infierno, excavé mi propia tumba. Dirigí mi corta vida a una muerte segura.