Gracias a estas líneas puedo ver que mi cuerpo no refleja el estado de mi mente, puedo sentir como la muerte se cuela entre mis óseas y poco a poco me arrastra a ella.
En la ruta las distancias se miden en kilómetros, en este caso, en ésta ruta los mojones están cada 365 días, solo para recordárte cuan cerca estas de una entidad antropomórfica que lleva una capa negra y una hoz del tamaño de tu conciencia (llámese Azrael, Shinigami, Tánatos, Keres o domingos de resaca en familia), esa misma entidad encargada de llevarte al pasaje que todo mortal desconoce, pero debe atravesar.
Siempre me causó curiosidad lo que pasa cuando tu corazón deja de bombear sangre, cuando tu cabeza deja de procesar la información, cuando el cuerpo deja de pertenecerte y todo lo que aprendiste o fuiste en éste proceso banal queda inutilizable, me pica tanto la curiosidad que en más de una ocasión miré el suicidio como una idea tentadora.
No me malinterpreten, mi plan no es escapar de nada de lo que me pase en vida, lo veo como un experimento fácil, donde solo necesitas una hipótesis, una cuerda áspera y la habilidad de transmitirle 'lo que hay después' a los mortales.
Pero ¿Quién me creo yo como para privar a la gente de la intriga? Tantas religiones, tantos hombres de ciencia y tantos cultos serían echados a la basura cuando mi soberbia me permita jugar a ser dios. Cuando ésta me brinde la información necesaria como para iluminar los caminos de los demás, cuando les cuente que acá no hay más, que no es tan asombrosa la muerte como parece, que no es más que sentarte a jugar al ludo o las damas con enormes cuerpos rojos de apariencia hostil y mal perdedores.
No les voy a mentir, muchas veces lo he intentado y por factores externos jamás llegué a mi cometido, ya sea mi familia -que no entiende que mi cuerpo colgándo del techo es un lindo adorno de halloween- o molestos doctores que gracias a un juramento -cuyo nombre no recuerdo pero es parecido a 'hipocresía'- creen que pueden robarte la voluntad de descansar en un féretro y sin preguntarte nada te traen otra vez a la pista, pero con muchos cableados y jeringas de por medio; no he llegado al climax.
Pero les puedo decir, por lo poco qué sé, que eso de las luces blancas al final del pasillo, el cielo y el infierno, son todo mentiras de hollywood; lo único que podes llegar a vislumbrar no son más que pequeños túneles donde cabe tu alma y cada uno de éstos te lleva a un destino diferente, como si fuera ese truquito del super mario donde te podes saltar niveles metiéndote a un caño verde mal dibujado donde habita una planta roja que vive con acidez.
Bajo el riesgo de contradecirme por lo que dije renglones más arriba les cuento que a mi concepción la muerte no existe de la forma que la conocemos, porque comúnmente se cree que morir es cuando el cuerpo deja de ser funcional.
Para mi somos más que éste envase, aunque le demos tanta importancia -nos cuidemos, váyamos al gimnasio, nos maquillemos e incluso lo adornemos con prendas que destaquen nuestra personalidad-, no es más que aparentar, aparentar una condición, un status, status que a su vez no es más que un invento de grandes marcas; marcas inventadas por grandes personas que supieron crearte necesidades y vos como un boludo fuiste a solventarlas.
Pero bueno, no es el punto en este caso; me refiero a que no somos el envase, no morimos cuando éste deja de funcionar, morimos cuando nuestra alma/atman ya no tiene nada más que aprender; nuestra vida no son setenta años, son mil y por más de que escapemos de una, si no estamos preparados, vamos a renacer en otra y así sucesivamente. Al menos esa es mi concepción de la muerte y esos pequeños túneles, son el abanico de posibilidades que se nos presentan en el Sattva (así es como elegí llamarle a ese espacio previo donde no somos vida, no somos feto, solo somos energía; ya sé que no significa plenamente eso, pero es mi texto, no el tuyo). Y cada uno de esos túneles desembocan en un útero diferente. En una vida diferente, en un envase y un contexto diferente.
¿Vos elegiste bien tu túnel?