La
monotonía de mi vida sufrió un cambio radical. Mi vida tomó un
rumbo diferente. Dejé de ser yo por algún tiempo. Se sentía
inexplicablemente normal; así mismo, se podía sentir completamente
extraño y distante.
Mi
forma de ver el mundo había cambiado. Sin dudas. Pero no era
consciente de ello. No era consciente de que caminaba por una ligera
línea entre la realidad y la imaginación, y que podría romperse en
cualquier momento provocándome una gran caída hacia lo desconocido.
Estaban
poniendo a prueba mi mente y en peligro mi cordura.
Tal
vez, era un mecanismo de defensa. Tal vez, me estaba volviendo loco.
Tal vez, quería alejarme de mi realidad. Esa con la que no estaba de
acuerdo. Esa realidad de la que quería escapar, quería cambiar y me
negaba a aceptar.
Mi mundo se hacía añicos
bajo mis pies, sin saber si era mi culpa o la de ellos. ¿Qué me
había pasado? ¿Podría revertirlo? ¿Qué debía hacer?
Mi vista se volvía borrosa cuando intentaba distinguirlas. No
podía identificar hasta qué punto llegaba la realidad y hasta qué
punto era creación de mi mente. No podía saber cuán verdadero era
lo que veía, lo que tocaba; todo lo que sentía.
Estaba
desesperado. Precisaba encontrar respuestas a todas esas preguntas
que flotaban en mi mente, en la parte más sensata de ella. Como si
eso llenara el sentimiento de vacío que tenía por no encontrar mi
lugar. Pero estaba seguro de que nada volvería a ser como antes.
Todo cambiaría a tal punto de no ser nunca más aquella persona.
No podía confiar en nadie. Ni en mí mismo. Estaba perdido en
un laberinto que dudaba tuviese fin. Estaba atrapado en un juego del
que no conocía las reglas. En un juego que no creía pudiese ganar.
Mi ficha siempre estaba al límite de perder. Escapaba de las trampas
tanto como podía, pero no significaban nada comparado con el gran
daño que yo mismo me hacía.
Vivía en un permanente
engaño. Pero estaba decidido a encontrar la verdad sin importar lo
que me costara. Sin importar que tan mala fuese.