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Acabo de abrir los ojos y me doy cuenta de que faltan cuatro horas. Nada importante, el tiempo es un arma pesada pero nunca me interesó la típica idea de un cumpleaños. Pero al igual que cada segunda semana de abril, algo pasa, algo real, usualmente mal llamado por mí como malo, que me despierta en las noches. No, no es esa conciencia popular de estar un pasito más cerca de morirse, no es el desapego del fervor adolescente, no es percatarme de lo efímero de mi ser. En cuatro horas voy a tener dieciocho años y los mismos conflictos internos de siempre. Dieciocho y el mismo cuerpo de siempre. Dieciocho, y las mismas expresiones de siempre. Dieciocho, y el mismo acné de siempre. Dieciocho, y las malas costumbres de siempre. Dieciocho y, ¿los mismos amigos de siempre? No es el insomnio ni yo lo que hace mis noches eternas, son ustedes. Ustedes que probablemente en cuatro horas me saluden, o incluso me llamen, llenándome de palabras lindas los oídos, recordándome que soy cosas que ni yo sabía que era. Y lo horrible, es que es hermoso, es que me emociono bestialmente y hasta derrapo alguna lágrima. Pero lamentablemente más lágrimas derrapo los otros 364 días del año. Quiero por un momento dejar de mentirme a mí misma y llorar por cada persona por la que en silencio hubiese dado la vida y aún así hoy ni nos miramos, cada persona a la que la tuve en una instancia casi celestial y me defraudó a niveles subterráneos, cada persona que disfruta verme bien pero no sabe mi nombre cuando estoy mal, cada persona que me invita a tomar un té pero sólo en grupo y sin azúcar, cada persona que sabía un pedacito de mis secretos y sin embargo los contó a conveniencia, cada persona que me juraba honestidad brutal para seguir mintiéndome a mis espaldas, cada persona que crea que en este momento debería estar irradiando felicidad por mañana cumplir años. Y nada menos que dieciocho. Si voy tener la edad suficiente como para ir en cana, también la voy a tener para poder expresar esto. Esto, tan bobo y tan pequeñito, como una molestia en el zapato que poco a poco te va rompiendo el pie. Y ya me cansé de no poder caminar descalza. Ya casi completo un año más de mi vida y me doy cuenta que más efímero que mis años son las personas que han pasado y pasan por ella. También pienso en lo ambigüo e irónico es que me saluden por haber nacido un día como hoy, casi como celebrando mi existencia, cuando después se olvidan de ella el resto del año.